martes, 13 de enero de 2009

Historia de la ciudad


Los orígenes de Soria como ciudad no están demasiado claros. Teógenes Ortego señaló un asentamiento celtibérico y romano poco importante en el cerro del Castillo, a juzgar por los restos encontrados, pero lo más seguro es que Soria no fuera nada hasta las acciones repobladoras del rey aragonés Alfonso I el batallador y su esposa Doña Urraca de Castilla entre 1109 y 1114, en que se asentara una escasa población, formando más bien una aldea, y que serviría de vigilancia, primero al vado y después al puente sobre el Duero, amparada por el llamado Fuero Breve en 1120 y la Comunidad de Tierra de Soria.
Sin embargo, según Blas Taracena hay noticias de un ataque de Al-Haquem en el año 868 sobre la ciudad de Medina-Soria, entonces en manos del caudillo rebelde Suleiman-ben-Abdos.
Aunque pequeña en origen, probablemente su estratégico lugar en la cabecera del Duero durante la reconquista hace que pronto adquiera relevancia. Se levanta el castillo y el recinto murado, que es el más fuerte de la época, siglo XII, en el lado cristiano. La población comienza a asentarse en el collado que forman los cerros próximos y que desciende hacia el paso del Duero. Los primeros pobladores se agrupan en barrios o colaciones, asentados alrededor de una iglesia rudimentaria, según su localidad de origen, que en número de hasta 35 formaban la ciudad. Algunas de ellas fueron las de Santa Cruz,
San Nicolás, San Miguel de Montenegro, San Clemente, Santiago, Nuestra Señora del Mirón, San Juan de Naharros, San Juan de Rabanera, Santo Domingo, Santa María de Calatañazor,... dando a entender muchas de ellas el origen de sus pobladores. Contaría con un importante barrio judío o aljama en el castillo y un grupo de población morisca.
El núcleo de este conjunto de barrios se encontraría situada en las proximidades de la iglesia de
San Pedro (actual concatedral desde 1266, colegial desde 1152) y que en el siglo XVI sería trasladado a la hoy Plaza Mayor.
Las instituciones fundamentales de la ciudad las componían la Diputación de los Doce Linajes de los Caballeros Hijosdalgo, el Común y el Concejo. La Diputación de los Doce Linajes estuvo vigente hasta las reformas liberales del siglo pasado y copaba los puestos clave de la sociedad soriana. Las armas de los Doce Linajes se encuentran representadas en un escudo formando un círculo alrededor de una figura real a caballo, de clara inspiración artúrica. Son los ascendientes de toda la nobleza soriana y corresponden a los de Calatañazor, Don Bela, Morales Someros, Chancilleres Blancos, Salvadores Someros, Santa Cruz, Barnuevo, Morales Hondoneros, Chancilleres Negros, Salvadores Hondoneros, San Llorente y Santiesteban.
El Común, en uso desde el siglo XVI, estaba integrado por 16 cuadrillas, cada una de ellas con un jurado asistido por uno o dos mayordomos y cuatro secretarios o cuatros. Estaban obligados a llevar libros de actas y registros de los vecinos de la cuadrilla, lo que hoy nos proporciona no pocos datos sobre esta época. Esta institución continúa aún vigente en cierta manera, interviniendo en los festejos de la ciudad.
El Concejo estaba compuesto por un juez y dieciocho alcaldes elegidos entre las distintas Colaciones.
La Comunidad de Soria y su Tierra, institución plenamente vigente como mancomunidad de bienes, estaba dividida en cinco sexmos (Frentes, Lubia, Arciel, Tera y San Juan), cada uno de los cuales aportaba un representante o sexmero al Ayuntamiento hasta la reforma del siglo XVI.
Gracias también al Fuero Extenso otorgado al Concejo por el rey Alfonso VIII en el siglo XIII, en agradecimiento a la protección recibida de la ciudad durante su minoría de edad, y al Fuero Real de Alfonso X en 1256, la ciudad se repoblará y crecerá rápidamente, pese al feroz ataque de Sancho el Fuerte de Navarra en 1195. En 1266 Soria obtiene el título de ciudad de manos de Alfonso X, que en 1270 elabora un padrón del que se desprende que algo más de 770 vecinos vivían ya en Soria.
Alfonso XI, en 1329, ajusticia a los principales cabecillas de una rebelión en Soria contra su privado Garcilaso de la Vega, que había llegado a la ciudad en busca aliados contra el Infante Don Juan Manuel y que había encontrado la muerte por una muchedumbre que salió en estampida de la ciudad por un postigo cuando se encontraba hospedado en el convento de San Francisco.
Durante las guerras de La Raya entre castellanos y aragoneses, Pedro I el cruel visita la ciudad en varias ocasiones, hasta que el fratricida Trastámara la entrega a Duguesclin (Mosén Claquín) en 1370 como pago por sus servicios, lo que propició una rebelión de la ciudad y su posterior castigo. Se reúnen Cortes en 1375 y 1389.
Tradicionalmente, desde tiempos de Alfonso VIII, los nobles de la ciudad de Soria habían formado la guardia personal del Rey. Es así que, en la batalla de Aljubarrota en 1385, que enfrentó a castellanos con portugueses con victoria de éstos, toda la escolta real murió estando a la cabeza el señor de los Cameros, Don Juan Ramírez de Arellano. Otra tradición durante muchos años usada, era la de que cada nuevo rey debía entregar cien pares de armas a la Diputación en su primer año de reinado.
De gran importancia para la ciudad y toda la provincia fue el carácter fronterizo entre los reinos de Castilla, Aragón y Navarra, y especialmente el comercio de lanas propiciado por el Honrado Concejo de la Mesta. La riqueza y la prosperidad llega a la ciudad durante los siglos XIV al XVII, creciendo la ciudad collado arriba. En 1592 recibe la visita de Felipe II, cuando la ciudad contaba ya con más de 5000 habitantes, casi duplicando la población de principios de siglo.
Es a partir de la guerra de sucesión cuando Soria comienza a perder pujanza. En el siglo XIX su población disminuye casi a los valores del siglo XVI, unos 3000 habitantes, y en la guerra de Independencia se toca fondo, con menos de mil habitantes. Tras la retirada y saqueo de las tropas francesas sólo queda una ciudad completamente empobrecida e indefensa por gracia del general Durán, que dinamita el castillo y las murallas (como hiciera en otros muchos lugares, como
Almazán). No queda nada de la plaza de Herradores, el arrabal del castillo, los conventos de San Benito, San Francisco, la Concepción, San Agustín, el Hospicio.

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