martes, 13 de enero de 2009

Historia de la ciudad


Los orígenes de Soria como ciudad no están demasiado claros. Teógenes Ortego señaló un asentamiento celtibérico y romano poco importante en el cerro del Castillo, a juzgar por los restos encontrados, pero lo más seguro es que Soria no fuera nada hasta las acciones repobladoras del rey aragonés Alfonso I el batallador y su esposa Doña Urraca de Castilla entre 1109 y 1114, en que se asentara una escasa población, formando más bien una aldea, y que serviría de vigilancia, primero al vado y después al puente sobre el Duero, amparada por el llamado Fuero Breve en 1120 y la Comunidad de Tierra de Soria.
Sin embargo, según Blas Taracena hay noticias de un ataque de Al-Haquem en el año 868 sobre la ciudad de Medina-Soria, entonces en manos del caudillo rebelde Suleiman-ben-Abdos.
Aunque pequeña en origen, probablemente su estratégico lugar en la cabecera del Duero durante la reconquista hace que pronto adquiera relevancia. Se levanta el castillo y el recinto murado, que es el más fuerte de la época, siglo XII, en el lado cristiano. La población comienza a asentarse en el collado que forman los cerros próximos y que desciende hacia el paso del Duero. Los primeros pobladores se agrupan en barrios o colaciones, asentados alrededor de una iglesia rudimentaria, según su localidad de origen, que en número de hasta 35 formaban la ciudad. Algunas de ellas fueron las de Santa Cruz,
San Nicolás, San Miguel de Montenegro, San Clemente, Santiago, Nuestra Señora del Mirón, San Juan de Naharros, San Juan de Rabanera, Santo Domingo, Santa María de Calatañazor,... dando a entender muchas de ellas el origen de sus pobladores. Contaría con un importante barrio judío o aljama en el castillo y un grupo de población morisca.
El núcleo de este conjunto de barrios se encontraría situada en las proximidades de la iglesia de
San Pedro (actual concatedral desde 1266, colegial desde 1152) y que en el siglo XVI sería trasladado a la hoy Plaza Mayor.
Las instituciones fundamentales de la ciudad las componían la Diputación de los Doce Linajes de los Caballeros Hijosdalgo, el Común y el Concejo. La Diputación de los Doce Linajes estuvo vigente hasta las reformas liberales del siglo pasado y copaba los puestos clave de la sociedad soriana. Las armas de los Doce Linajes se encuentran representadas en un escudo formando un círculo alrededor de una figura real a caballo, de clara inspiración artúrica. Son los ascendientes de toda la nobleza soriana y corresponden a los de Calatañazor, Don Bela, Morales Someros, Chancilleres Blancos, Salvadores Someros, Santa Cruz, Barnuevo, Morales Hondoneros, Chancilleres Negros, Salvadores Hondoneros, San Llorente y Santiesteban.
El Común, en uso desde el siglo XVI, estaba integrado por 16 cuadrillas, cada una de ellas con un jurado asistido por uno o dos mayordomos y cuatro secretarios o cuatros. Estaban obligados a llevar libros de actas y registros de los vecinos de la cuadrilla, lo que hoy nos proporciona no pocos datos sobre esta época. Esta institución continúa aún vigente en cierta manera, interviniendo en los festejos de la ciudad.
El Concejo estaba compuesto por un juez y dieciocho alcaldes elegidos entre las distintas Colaciones.
La Comunidad de Soria y su Tierra, institución plenamente vigente como mancomunidad de bienes, estaba dividida en cinco sexmos (Frentes, Lubia, Arciel, Tera y San Juan), cada uno de los cuales aportaba un representante o sexmero al Ayuntamiento hasta la reforma del siglo XVI.
Gracias también al Fuero Extenso otorgado al Concejo por el rey Alfonso VIII en el siglo XIII, en agradecimiento a la protección recibida de la ciudad durante su minoría de edad, y al Fuero Real de Alfonso X en 1256, la ciudad se repoblará y crecerá rápidamente, pese al feroz ataque de Sancho el Fuerte de Navarra en 1195. En 1266 Soria obtiene el título de ciudad de manos de Alfonso X, que en 1270 elabora un padrón del que se desprende que algo más de 770 vecinos vivían ya en Soria.
Alfonso XI, en 1329, ajusticia a los principales cabecillas de una rebelión en Soria contra su privado Garcilaso de la Vega, que había llegado a la ciudad en busca aliados contra el Infante Don Juan Manuel y que había encontrado la muerte por una muchedumbre que salió en estampida de la ciudad por un postigo cuando se encontraba hospedado en el convento de San Francisco.
Durante las guerras de La Raya entre castellanos y aragoneses, Pedro I el cruel visita la ciudad en varias ocasiones, hasta que el fratricida Trastámara la entrega a Duguesclin (Mosén Claquín) en 1370 como pago por sus servicios, lo que propició una rebelión de la ciudad y su posterior castigo. Se reúnen Cortes en 1375 y 1389.
Tradicionalmente, desde tiempos de Alfonso VIII, los nobles de la ciudad de Soria habían formado la guardia personal del Rey. Es así que, en la batalla de Aljubarrota en 1385, que enfrentó a castellanos con portugueses con victoria de éstos, toda la escolta real murió estando a la cabeza el señor de los Cameros, Don Juan Ramírez de Arellano. Otra tradición durante muchos años usada, era la de que cada nuevo rey debía entregar cien pares de armas a la Diputación en su primer año de reinado.
De gran importancia para la ciudad y toda la provincia fue el carácter fronterizo entre los reinos de Castilla, Aragón y Navarra, y especialmente el comercio de lanas propiciado por el Honrado Concejo de la Mesta. La riqueza y la prosperidad llega a la ciudad durante los siglos XIV al XVII, creciendo la ciudad collado arriba. En 1592 recibe la visita de Felipe II, cuando la ciudad contaba ya con más de 5000 habitantes, casi duplicando la población de principios de siglo.
Es a partir de la guerra de sucesión cuando Soria comienza a perder pujanza. En el siglo XIX su población disminuye casi a los valores del siglo XVI, unos 3000 habitantes, y en la guerra de Independencia se toca fondo, con menos de mil habitantes. Tras la retirada y saqueo de las tropas francesas sólo queda una ciudad completamente empobrecida e indefensa por gracia del general Durán, que dinamita el castillo y las murallas (como hiciera en otros muchos lugares, como
Almazán). No queda nada de la plaza de Herradores, el arrabal del castillo, los conventos de San Benito, San Francisco, la Concepción, San Agustín, el Hospicio.

lunes, 12 de enero de 2009

Fortificaciones de Soria








Soria tuvo un gran castillo, uno de los mejor defendidos en la España de comienzos del siglo XII. Según Loperráez (historiador de osma): “se halla la ciudad cercada de murallas de cal y canto, bastante
gruesas y elevadas, bien conservadas, y construidas con tapiales, y guarnecidas de
sillares, las puertas, ángulos, cubos, fortines y bastiones, todas llenas de almenas y
saeteras... Su ámbito será de media legua, suficiente para siete u ocho mil vecinos; pero
muy falta de ellos y de casas en el día, según lo manifiestan en sus ruinas, y la mucha
parte que se siembra dentro de ellas.





La construcción de la muralla se asocia al ataque que sobre ella descargó Sancho VII el
Fuerte de Navarra (1194-1234). El objetivo de esa muralla era proteger las iglesias de
las collaciones y asegurar la defensa del recinto que además de su función estratégica
era cabeza de la población establecida en el territorio. El recinto amurallado abarcaba
unas 100 hectáreas con forma cuadrangular. Su trazado iba por uno de sus lados a la
orilla del Duero y su paralelo, protegía la llanura de la dehesa. Los otros lados cerraban,
por el sur, el acceso desde las zonas más altas y, por el norte, desde el flanco opuesto.
Así el recinto amurallado soriano presentaba una forma de polígono cuadrangular,
quizás debido a la presencia de las iglesias de las collaciones, algunas de las cuales se
situaban en los vértices y en los extremos de sus lados. También prueba que no existía
en el interior del recinto ningún elemento jerarquizante que favoreciese la estructura de
envolvimiento que caracterizó a la ciudad medieval por su forma redonda.
Castillo y murallas fueron desmanteladas durante la Guerra de la Independencia,
sucumbiendo las pocas puertas que quedaban a lo largo del siglo XIX.
Las murallas según el Madoz (1806 de 1870) eran de dos varas (1vara = 83,6 cm) de elevación y tres de espesor, con fuertes y formidables torreones. La cerca defendía unas 100 hectáreas y tenía una longitud aproximada de 4.100 metros.(muralla vieja de Jerusalén) No queda en pie ninguna de sus puertas: En la Calle de Caballeros, en el cruce con las de La Alberca y Claustrilla estuvo hasta finales del XIX la de Rabanera. Al salir del Espino, a la izquierda, podemos imaginar donde estuvo la Puerta de Valobos. Frente a Santo Domingo, al término de la Aduana Vieja estuvo el palacio-fuerte que defendía la Puerta del Rosario, sita en el mismo lugar que cruza la carretera y en el cual habitó el rey niño Alfonso VIII. Más allá, por la carretera de Logroño y por donde esta cruza, hubo otra antigua puerta, la de Nuestra Señora de Nájera, en la línea misma de las antiguas murallas que todavía cercan el paseo de la ermita del Mirón. Otras puertas eran la del Puente, la de Navarra, y la Puerta Nueva., estando el castillo en el cerro que lleva su nombre, el originario monte Oria, desde donde se tiene una buena panorámica de la vaguada de la ciudad y el puente sobre el Duero, al que defendía. Hoy encontraremos en el cerro del castillo unas piscinas (que aprovecharon el aljibe del castillo),. Para poder ver un par de imágenes del castillo tal como estaba en el siglo XVIII, hay mirar en los frescos
de la iglesia de
San Saturio.
Se atribuye la construcción del castillo, no sin ciertas reservas, al Conde Fernán González, y a Alfonso el emperador y Sancho IV la de las barreras interior y exterior respectivamente. El castillo contaba con una
torre del homenaje al este, junto al aljibe y próxima a la muralla interior, que se ciñe más o menos a la superficie del cerro. Dentro de este primer perímetro, al abrigo del castillo, nació la ciudad de Soria.
El recinto exterior, de más de ¿ocho kilómetros? y forma más o menos rectangular, cubría gran parte del casco antiguo de la ciudad actual. Por el sur, partiendo del recinto interior, bordea el cementerio, continuando en curva por la calle Santa Clara, Alberca y Puertas de Pro por el oeste, buscando dirección norte. Rebasa Santo Tomé y continúa ascendiendo cerca de la Plaza del Rosario. Repentinamente, a la altura del Paseo del Mirón, toma dirección este buscando la Ermita de la Virgen del Mirón y descendiendo por la ladera del monte hacia el Duero, donde de nuevo hace un quiebro hacia el sur, bordeando el río y regresando al Cerro del Castillo. De todo este recinto, muy fuerte entonces, apenas quedan algunos lienzos y cubos en el Paseo de Mirón, el descenso al Duero y el Postiguillo, además de algunos restos, poco reconocibles en algún caso, insertados en la ciudad.
A lo largo de esta muralla existieron varias puertas, de las que hoy no se conserva ninguna, pero de las que se conoce su situación y nombre. Así, en el sur, cerca del cementerio, había una puerta conocida como de Valobos o de El Sur. Cerca del antiguo convento de Santa Clara había un pequeño postigo y cerca de la calle Alberca se abría uno más, el postigo de Santa Clara. El Arco de Rabanera un poco más adelante, en la calle Caballeros, la puerta del Postigo en el Collado y la del Rosario en la plaza que lleva su nombre, frente a
Santo Tomé (actual Santo Domingo). La puerta de Nájera o del Mirón se abría al norte en la actual salida a la carretera de Logroño. La puerta más importante de la ciudad, la puerta del Duero o de Navarra, se abría al puente de ocho arcos que supera el río Duero por el este de la ciudad y que disponía de torres de defensa, además de otras dos torres de puerta en el propio puente en las que se cobraba el pontazgo, todas ellas hoy desaparecidas. El puente salva además el desnivel existente entre las dos orillas que se encuentran a distinta altura. No se conoce a ciencia cierta su fecha de construcción, pero es de suponer que sea coetánea del resto del recinto, aunque se sabe documentalmente de su existencia a mediados del siglo XII.
Recibe varias restauraciones en los siglos XVII y XVIII, que determinarán su aspecto actual. Acertadamente, a mi juicio, se ha mantenido un único carril de circulación en la última restauración, hace unos diez años, que preserva en cierta medida la estructura original de la plataforma, además de un atractivo y singular aspecto. Poco más adelante, a mitad de camino entre el puente y
San Polo (que se encuentra en la orilla opuesta del río), se abría otro postigo, en la llamada calle del Postiguillo.

domingo, 11 de enero de 2009

Numancia

Origen y situación










No está muy claro si era una ciudad que pertenecía al pueblo de los Pelendones o de los Arévacos. En este sentido, Plinio el Viejo afirma que es una ciudad pelendona, aunque otros autores, como Estrabón y Ptolomeo, la sitúan entre los arévacos. Las principales conjeturas respecto a esta cuestión radican en el origen histórico de la llegada de ambos pueblos al actual suelo español: los arévacos vinieron a la península posteriormente a los pelendones y los desplazaron hasta el norte de Soria, no quedando claro cuál de ambos fue el auténtico precursor de Numancia.
La principal fuente de datos sobre la antigua vida en Numancia proviene de la
arqueología, puesto que apenas subsisten restos escritos sobre la vida cotidiana de sus habitantes.
La ubicación geográfica de la ciudad
celtíbera se sitúa en el Cerro de la Muela de Garray, un punto estratégico delimitado por las montañas del Sistema Ibérico, desde el Pico de Urbión hasta el Moncayo, y rodeado por los fosos del río Duero y su afluente, el río Merdancho. Su superficie pudo haber llegado a las ocho hectáreas.
Su primera ocupación data del
Calcolítico, a comienzos de la Edad del Bronce, (entre el 1800 a. C.-1700 a. C.). Perduraría un asentamiento de la cultura castreña de la Edad del Hierro hasta el siglo IV a. C.
Tras ser arrasada por Roma, la ciudad no estuvo mucho tiempo sin ser ocupada, encontrándose restos de poblamiento pertenecientes al siglo I a. C. Esta época se caracteriza por un urbanismo bastante regular, aunque sin grandes edificios públicos. En el siglo III comienza su decadencia (aunque se han encontrado restos romanos del siglo IV).

Estructura de Numancia











Según el profesor de la
Universidad Complutense de Madrid y director del equipo arqueológico que actualmente trabaja en Numancia, Alfredo Jimeno, la describe así:
La amplia superficie excavada (unas seis hectáreas) aporta pocas referencias de la ciudad más antigua (destruida en el 133 a. C. por
Escipión Emiliano, ofreciendo una mejor información de la ciudad celtíbera del siglo I a. C. y de la romana imperial, que presentan una ordenación en retícula irregular, sin dejar espacios libres o plazas.
Alfredo Jimeno. Revista de Historia de Iberia vieja, número 6. 2005
Empedradas con cantos rodados, las calles se orientaban en dirección este-oeste para protegerse del frío. Cuando llovía, los desagües de las casas vertían el agua y el lodo a la misma calle. La presencia del
río Duero implicaba zonas encharcadas en el territorio.
Las casas se agrupaban en manzanas y se alineaban aquellas más cercanas a la muralla. Las casas, de unos 50 m², tenían tres habitaciones. Los primeros hogares célticos fueron de dos estancias, y con el tiempo se añadió la tercera, frente a la casa y con la puerta cerrada. En la habitación principal, los numantinos comían, dormían y amaban; empleaban otro cuarto como despensa y un tercero como vestíbulo y entrada.

Los hogares eran de piedra, aunque había elementos de madera, adobe, barro y paja; la techumbre quedaba constituida por trendazos de centeno. Los numantinos recubrían el suelo con tierra apisonada para caldear el ambiente. Las casas eran cálidas y acogedoras.
En cuanto a los alimentos, la carne se alternaba con los cereales, frutos secos y legumbres. También había vino con miel y la famosa cerveza llamada caelia, hecha de trigo fermentado.


Un elemento interesante era la presencia de corrales rectangulares, anejos a las casas. Era costumbre de los habitantes bañarse en su propia orina, pese a ser cuidadosos y limpios en su manera de vivir, según
Diodoro Sículo y Estrabón.
Una muralla reforzada por varios torreones, con cuatro puertas de entrada y salida, defendía a sus habitantes, que podían vivir de modo permanente en un número de 2.000.


La Historia y sociedad numantina.





Los primeros asentamientos humanos en Numancia se establecieron en el III milenio a. C., cuando la zona era densamente boscosa y contaba con una fauna rica en ciervos, jabalíes, osos, lobos, liebres, conejos, caballos, etc. Los pastos eran ricos y en ellos se criaban cabras y ovejas, que eran la principal fuente de riqueza. Estos primeros asentamientos consistían en cabañas construidas con materiales perecederos, ya que en ellas habitaban pastores que realizaban movimientos estacionales con sus rebaños. La región tenía un clima muy duro, con fuertes heladas y nevadas abundantes, donde soplaba el
cizicuso cierzo, un frío viento del norte.
Hacia el siglo VII a. C., en este asentamiento se utilizaban cerámicas hechas a mano, con formas bitroncocónicas. Desde el siglo VII a. C. el asentamiento pasó a ser un
castro, típico de la cultura castreña de la provincia de Soria; este tipo de asentamientos estaban muy bien fortificados y su base económica era mayoritariamente ganadera. La cerámica pasó a tener posteriormente formas lisas sin decoración, similares a las aparecidas en Navarra y La Rioja. A principios del siglo IV a. C. aparecieron decoraciones cerámicas realizadas a peine o con incrustaciones de botones metálicos, lo que indica un momento inmediatamente anterior al establecimiento de la cultura Celtíbera, en la cual aparecieron ya cerámicas a torno y decoraciones concéntricas y con estampados. En este momento, hacia el 350 a. C., Numancia pasó a tener un número importante de habitantes y nació como ciudad. Los numantinos aprendieron entonces el manejo del horno oxidante, el torno de alfarero y el uso de la pintura para decorar cerámica, a partir de los conocimientos de sus vecinos celtíberos del este, que por estar en el valle del Iber o Ebro ya habían sido iberizados.

Economía



Se cree que durante la ocupación prerromana su principal fuente económica era la ganadería. Hay constancia de pagos a otros pueblos e incluso a Roma por medio de pieles de buey o de capas de lana (sagum) en grandes cantidades.
La
carne y la leche fueron los alimentos básicos de su dieta, infiriéndose esto último por diversas representaciones cerámicas, las cuales demuestran que los animales más importantes fueron el conejo, el buey, la cabra y la oveja.
La
agricultura no fue una actividad muy importante en la estructura comercial de los numantinos. A fin de suplantar esta y otras carencias, se sabe que mantuvieron relaciones comerciales con diversos pueblos cercanos para adquirir productos de primera necesidad. Entre estos últimos, se cuentan especialmente los vacceos, que les procuraban trigo y otros cereales, motivo por el cual los romanos quemaron los campos de cereal de los vacceos para propiciar el aislamiento de Numancia y su posterior asedio.


Conquista y asedio de Numancia












El sometimiento de los pueblos de la península al Imperio romano tenía sus excepciones. Pueblos como los arévacos, vacceos, tittos, bellos o lusitanos opusieron una heroica resistencia en una fase intermedia de la conquista, y ciudades como Numancia y Termancia (Tiermes) llegaron a mandar a Roma embajadas para tratar con el Senado romano.
El cónsul
Quinto Cecilio Metelo, el Macedónico, que había conquistado y sometido gran parte de la península, ocupó gran parte de las ciudades de los arévacos, vacceos y pelendones, pero se le resistieron Numancia y Tiermes. Fue sustituido por Quinto Pompeyo, quien llegó celoso de la gloria de Servilio Cepión por poner término a la insurrección acaudillada por Viriato. Pero fracasó rotundamente al intentar someter a las dos ciudades celtíberas.
El año
153 a. C., los habitantes de Segeda, capital de los Belos, cuyo nombre en celtíbero era Sekaiza, dilataba el envío de soldados para servir en el ejército romano, se negaba a pagar impuestos al tiempo que ampliaba las fortificaciones, iniciando la construcción de una nueva muralla. El Senado mandó al cónsul Fulvio Novilitor con un numeroso ejército de 30.000 soldados; el hecho de que se empleara un contingente tan grande hace pensar que se buscaba un objetivo más importante que el de castigar a la pequeña ciudad. La llegada de este gran ejército obligó a los segedenses a abandonar sus casas y sus pertenencias y a refugiarse en territorio de los arévacos, a los que pidieron que mediaran en el conflicto, lo cual no dio ningún resultado. Así, los arévacos se aliaron con los segedenses y, con el caudillo segedense Caro como jefe, se enfrentaron a las tropas romanas, derrotándolas y ocasionando más de 6.000 bajas entre los romanos, pero también la muerte del mismo Caro.
En aquel entonces, Numancia contaba con una sólida muralla de protección y con un ejército de unos 20.000 soldados a pie y 5.000 jinetes, cifra que fue descendiendo a medida que las
Guerras Celtíberas avanzaban (8.000 en el 143 a. C. y 4.000 en el 137 a. C.), debido a que Roma fue controlando más territorios y, por tanto, existían menos posibilidades de reclutar defensores en las regiones contiguas. Fulvio Nobilior empezó entonces el asedio a la ciudad, para lo que levantó un campamento. Al poco el rey númida Masinisa, aliado de roma, le envió refuerzos, entre los que destacaban 10 elefantes, lo que hizo que Nobilior iniciara el ataque a la ciudad.

Primera batalla de Numancia





Parecía que los elefantes iban a ser una fuerza determinante, ya que los numantinos no los habían visto antes y mostraban pánico, pero la caída de una enorme piedra hirió a uno de los elefantes, que enloqueció y cargó contra los atacantes romanos. El desorden que se generó fue tal que los celtíberos aprovecharon la ocasión para atacar a los sitiadores y matar a unos 4.000 romanos.
Fulvio Nobilior no quiso intentar nada más e invernó en su campamento con escasez de víveres y recibiendo continuos asaltos de los numantinos.
Al año siguiente
152 a. C., fue nombrado cónsul Claudio Marcelo, con el que los celtíberos lograron un acuerdo de pacificación que incluía el pago de un impuesto de guerra, acuerdo que no fue aceptado por el Senado romano. Tras esta negativa, los numantinos -viendo el talante conciliador del cónsul romano- llegaron a un acuerdo de paz a cambio de una gran cantidad de dinero, que se mantuvo en la Celtiberia hasta el 143 a. C.. En este año, tras varias victorias del lusitano Viriato sobre los romanos y el considerable aumento de la tensión entre romanos y celtíberos, éstos se levantaron de nuevo en armas. La rebelión se consideró muy grave en Roma, por lo que se decidió a enviar un fuerte ejército de más de 30.000 soldados al mando del cónsul Cecilio Metelo, laureado que venía de combatir en Macedonia. Metelo estuvo en Hispania dos años y mostró un talante moderado, lo que llevó a los numantinos a negociar una paz que, a cambio de rehenes, ropa, caballos y armas, les convertiría en amigos y aliados de Roma. Sin embargo, el día en que debía ratificarse el acuerdo se negaron a entregar las armas. La ruptura del pacto enfadó enormemente a Roma, que consideró que la osadía de este pequeño reducto en los límites occidentales del Imperio no podía ni debía ser tolerada, ya que se había convertido en una prueba para el prestigio militar romano.


La reanudación de la guerra











El 141 a.C. se nombro cónsul a Quinto Pompeyo, rival político de Metelo, que no destacó precisamente por su labor militar, ya que tras un año de campaña lo único que había consiguido era estrellarse contra las murallas de Numancia y Termes. Popilio Laenas, el nuevo cónsul, atacó en 139 a. C. Numancia, pero tras ser derrotado decidió saquear los campos de cereales de los vacceos para justificar su actividad militar. La ineptitud militar llegó a su punto más alto con Cayo Hostilio Mancino en el 138 a. C., quien atacó a Numancia con más de 20.000 hombres, y al retirarse fue rodeado por los numantinos, menos de 4.000, y tuvo que capitular para salvar su vida y la de los soldados. Los numantinos se limitaron a desarmar al ejército romano a cambio de la paz. Fue llamado a Roma con los embajadores numantinos que, como nación bárbara, acampaban a las afueras de la ciudad.
Como castigo, fue humillado por los propios romanos ante las murallas numantinas siendo ofrecido a los numantinos para que hicieran con él lo que quisieran: lo dejaron desnudo con las manos atadas a la espalda, en una ceremonia increíble teniendo en cuenta la enorme desigualdad de fuerzas entre ambos ejércitos. La suerte corrida por Mancino hizo que los siguientes tres cónsules romanos,
Emilio Lepido 137 a. C., Furio Filon 136 a. C. y Calpurnio Pison 135 a. C., no se atrevieran a atacar Numancia.
Estos 18 años de lucha con concesiones y dilaciones contribuyeron a que quedara finalmente como uno de los baluartes hostiles a Roma.

Preparativos para el último sitio a Numancia


Este cúmulo de humillaciones dio lugar a que Roma enviara, en el año 134 a. C., a su mejor soldado, el vencedor de Cartago, Publio Cornelio Escipión Emiliano, apodado entonces el Africano. La primera dificultad que se ofreció en Roma para designar a Escipión como jefe del ejército sitiador de Numancia, escribe Mélida, fue que no tenía el tiempo prescrito para el consulado, por lo que tuvieron que cambiar el calendario y que los tribunos volviesen a derogar la ley en cuanto al tiempo, como habían hecho en la guerra de Cartago, y quedase en vigor para el año siguiente. El prestigio de tal general incitó a multitud de romanos a alistarse a sus órdenes, pero no lo consintió el Senado, pues Roma andaba empeñada en otras guerras.
Escipión marchó a la Península con 4.000 voluntarios, tropas mercenarias de otras ciudades y de otros reyes, escribe Apiano, que voluntariamente se le ofrecieron por conveniencia propia. Además, con personas escogidas y fieles formó la llamada "cohorte de los amigos". Pidió dinero; negóselo el Senado, consignándole sólo ciertas rentas a la sazón no vencidas y, según
Plutarco, contestó Escipión que "le bastaba el suyo y el de sus amigos". Tal fue el esfuerzo personal con que aquel experimentado soldado se aprestó a la empresa.
Escipión comenzó, al llegar a la península, por someter al ejército allí desplegado a un durísimo entrenamiento. Dice Apiano que desterró a todos los mercaderes, rameras, adivinos y agoreros, a quienes los soldados consternados en tantos infortunios daban demasiado crédito; expulsó a los criados, vendió carros, equipajes y acémilas, conservando las puramente necesarias; prohibió ir en bestia en las marchas. Poco después llegaba a su campamento el rey númida Yugurta con 15.000 hombres. Cuando tuvo moralizado a su ejército, sumiso y hecho al trabajo y a la fatiga, trasladó su campo cerca de Numancia, cuidando de no dividir sus fuerzas, como hicieron otros, ni de batirse sin antes explorar.
-Es un disparate -decía- aventurarse por cosas leves. Es imprudente el capitán que entra en acción sin necesidad, así como aquel otro es excelente que se arriesga cuando lo pide el caso: así es que los médicos no usan sajaduras ni cauterios antes de las medicinas.

El último ataque


En octubre del 134 a. C., Escipión tomó posiciones enfrente de Numancia a la que no dio opción de pelear. Cauto y sagaz, Escipión concibió el plan de guerra de reducir, cercar y sitiar a los numantinos, hasta que faltos de fuerza se rindieran. Así, para quitarles apoyo y favor de otros pueblos, se dirigió primeramente contra los vácceos a quienes los numantinos compraban víveres, arrasó sus campos, recogió lo que pudo para la manutención de sus tropas y amontonando lo demás, le prendió fuego. Comoquiera que los pallantinos de Complanio hostilizaran a los forrajeadores romanos, mandó para rechazarlos a
Rutilio Rufo, tribuno entonces y escritor de estos hechos, dice Apiano; y cubriendo la retirada el mismo Escipión, pudo salvarlo con su caballería.
Comenzó un cerco estricto, construyendo primero fosos, empalizadas y terraplenes para proteger a sus soldados, además de leventar un muro de 9 km, de ocho pies de ancho y diez de alto, con torres a un plethron (30,85 m) de distancia unas de otras, que rodeaban la ciudad y que estaba vigilado por siete campamentos. Las torres contaban con catapultas, ballestas y otras máquinas; aprovisionó las almenas de piedras y dardos, y en el muro se instalaron arqueros y honderos. También utilizó un sistema de señales, muy desarrollado para la época, que permitía trasladar tropas a cualquier lugar que pudiera estar en peligro.
Igualmente hizo otro foso por encima del primero y lo fortificó con estacas, y no pudiendo echar un puente sobre el río Duero, por donde los sitiados recibían tropas y víveres, levantó dos fuertes y atando unas vigas largas con maromas, desde el uno al otro, las tendió sobre la anchura del río... "En estas vigas, añade el historiador, había clavado espesos chuzos y saetas, las cuales, dando vueltas siempre con la corriente, a nadie dejaban pasar, ni a nado, ni buceando, ni en barco, sin ser visto."
En total contaba con más de 60.000 soldados, entre los que figuraban gentes del país, más los arqueros y honderos correspondientes a doce elefantes (que actuaban como torres móviles) que trajo Yugurta, contra apenas 2.500 numantinos sitiados. Destinó la mitad de las fuerzas para guardar el muro, preparó 20.000 hombres para las salidas que fueren necesarias y dejó de reserva otros 10.000. Dio Escipión el mando de un campamento a su hermano Máximo y él tomó el otro, y todos los días y noches recorría por sí mismo la circunferencia con que tenía cercada la ciudad; siendo él, en concepto de Apiano, el primero que tal hizo con gentes que no rehusaban la pelea.
Con estos datos históricos y haciendo aplicación de ellos en un concienzudo estudio topográfico del terreno que rodea el cerro de Numancia, el profesor de Historia
Adolf Schulten, de la Universidad de Erlangen, Alemania, logró descubrir en cinco años los restos de dichas fortificaciones y los siete campamentos o fuertes de Apiano, presentándolos al Instituto Arqueológico de Berlin (1880). La primera conclusión que sacó de sus descubrimientos es que los campamentos de Escipión no fueron obras de barro y madera como los construidos por César ante Alesia en la Galia, sino construcciones de piedra como las del tiempo del Imperio.
El más importante de estos campamentos y también el que ocupa la posición más eminente es el de Peña Redonda, que está en un alto, en el avance de una sierra, al sudeste del cerro de Numancia, separado de él por el riachuelo Merdancho. Siguen por el Este las fortificaciones de Peñas Altas, consistentes principalmente en una ancha muralla, que posiblemente unió con una torre cuadrada de gruesa fábrica, lo cual es verosímil que sirviera para instalar una catapulta, que por lo próxima a Numancia debió hacerle mucho daño. Al pie de ésta, en una pequeña meseta llamada Saledilla, halló el Dr. Schulten huellas del incendio de la ciudad, de donde se deduce que debió existir un arrabal de la misma, que solo dista 150 m del baluarte de la catapulta. Siguiendo hacia el NE, desde Peñas Altas se encuentra otra eminencia,
Valdevortón, donde un antiguo canal de desagüe indicó al explorador la existencia de un campamento, cuyos escasos restos pudo encontrar.
Según
Apiano, sólo Retógenes el Caraunio, con algunos compañeros y algo de caballería, pudo burlar este cerco para pedir ayuda a las ciudades vecinas, de las que únicamente Lutia se mostró dispuesta a socorrer a la ciudad, lo que acarreó una terrible venganza de Escipión sobre los lutiakos.
Tras quince meses de asedio la ciudad cayó, vencida por el hambre, en el verano del
133 a. C. Sus habitantes prefirieron el suicidio a entregarse. Incendiaron la ciudad para que no cayera en manos de los romanos. Los pocos supervivientes fueron vendidos como esclavos. Escipión renunció a su título de el Africano y asumió el de Numantino.
Escipión regresó a Roma y allí celebró su triunfo desfilando por las calles con cincuenta de los numantinos capturados. Para entonces, Numancia ya se había convertido en leyenda.
Situación de los campamentos
Los siete campamentos de Escipión en el cerco a Numancia
Cuando Escipión se plantó ante Numancia a finales de 134 a. C., lo hizo con una idea ya concebida: tomaría la ciudad por bloqueo y no por asalto. Esto le llevó a ordenar la construcción de sólidos vallados que formaron una línea continua en torno a las murallas. Para cerrar los 4.000 m se necesitaron un total de 16.000 estacas, calculando unas 4 estacas por metro. A éstas había que añadir otros postes para entrelazar la empalizada. En total unas 36.000 estacas, que fueron transportadas por 20.000 hombres. Cuando, por fin, estuvo preparada la defensa, los soldados pudieron trabajar con mayor tranquilidad en el levantamiento de la muralla y el foso, que en total medía unos 9000 m. Aún hoy es posible distinguir restos de aquellos campamentos romanos.

Disposición de los campamentos












Descripción de los campamentos, en el sentido de las agujas del reloj. El primer campamento (para mejor localización) estaba en la margen izquierda del río Tera.
1.º campamento: Castillejo
Desde aquí dirigió Escipión el sitio. Para la construcción se aprovecharon cimientos anteriores. Esta posición era estratégica, por abarcar toda la circunvalación y estar bien defendida por abruptas pendientes. Asimismo, el fuerte estaba orientado hacia el sol naciente de octubre, lo que indica que fue levantado en esa época. De muros sólidos, entre las ruinas del pretorio aún es posible distinguir una fila de habitaciones y parte de una cocina con dos hogares, construidos en el exterior para evitar incendios. Se calcula que este cuartel podía acoger a 5.000 soldados, aunque se cree que nunca hubo allí más de 2.500 hombres. Además, sorprende lo angosto de las estructuras y el hallazgo de piezas de metal precioso.

2.º campamento: Travesadas
De este acuartelamiento, con la misma estructura básica que el de Castillejo y Peñarredonda, se han conservado restos de los cuarteles, al parecer destinados a las tropas itálicas. La superficie total del campamento puede haber sido de unas 4 ha, una porción de terreno relativamente pequeña si se la compara con otras construcciones de características similares. Como en los otros casos, aquí también existe una puerta pretoria, la cual estuvo protegida, desde el interior del recinto, por dos torres de formidables proporciones. En cuanto a los restos allí hallados, son de poca cuantía. Tan sólo la punta de una flecha de catapulta, un puñal y una moneda.

3.º campamento: Castillo ribereño de molino/Valdevortón
Según
Apiano, Escipión mandó levantar dos castillos para cortar el curso del río Duero. Está levantado en el punto de confluencia entre los ríos Merdacho y Duero, los lados este y oeste estaban protegidos por fosos de 3 m de profundidad y 5-10 m de anchura. A pesar de los trabajos agrícolas realizados en la zona, una capa de humus de más de un metro de grosor ha permitido conservar importantes restos. Los 400 hombres que formaron la guarnición, además de atender al río, tenían que cubrir también los desfiladeros del río y las colinas por la que los numantinos, después de atravesar el río Merdancho, podrían atacar fácilmente.

4.º campamento: Peñarredonda
Enclavado entre las lomas que se deslizan hacia el río Merdancho y las propias ruinas numantinas, la panorámica que se divisa desde allí es muy amplia. Desde el punto de vista militar, la elevada posición permitía dominar toda la ladera meridional de Numancia y controlar los movimientos del enemigo. También era el campamento más expuesto a las embestidas de los numantinos, por lo que tenía defensas reforzadas con respecto al resto. Defendido por una muralla de 4 m de espesor, de la que todavía se conservan restos, y de un escarpado barranco, en este campamento son fáciles de identificar las vías praetoria -une la puerta pretoria con el pretorio-, principalis y decumana, así llamada por desembocar en la puerta de igual nombre.

5.º campamento: Raza
Esta fortificación, que defendía las alturas entre el río Duero y Peñarredonda, aún se distingue por los restos de unos 300 m de lo que fue una aparentemente sólida muralla. El campamento pudo tener una extensión de seis hectáreas. Se puede deducir que en este lugar se alojaron tropas ibéricas en rústicas cabañas de ramaje.

6.º campamento: Dehesillas
Este nombre procede de La Dehesa. Este fue el mayor campamento que levantó Escipión, siendo el único que conserva el arranque de muralla por ambos lados. Por la parte occidental, un vaciado de unos 6 m de amplitud indica el lugar en el que estuvo, probablemente, la puerta decumana. Es el campamento que tenía mejor defensa natural, pues se situaba a una
altitud de 1.050 m. Desde él se dominaba fácilmente la visión de todos los alrededores, Numancia y todo el muro de circunvalación. Está situado sobre una meseta, rodeada por el Duero. Su extensión de 14,6 ha le hacen el mayor castellum levantado por Escipión. La valla, que fue excavada por Adolf Schulten, alcanzaba los 4 m de altura.

7.º campamento: Alto Real
Los lugareños llaman Alto Real a la meseta próxima a las ruinas y cuya base baña el río Duero. Dada la ubicación del promontorio, se podía presumir que los romanos levantaron aquí una fortificación que dominó todo el valle del río... y, en efecto, se han hallado claras huellas del campamento, especialmente vasos romanos, incluida una ánfora muy trabajada por labores agrícolas de siglos. Lo que no ha sido posible hallar han sido sólidas estructuras a la manera romana, por lo que se han relacionado las irregulares construcciones descubiertas con habitaciones de tropas auxiliares ibéricas. De haber estado ocupada toda la colina, el acuartelamiento pudo tener una extensión de unas 8 ha.
Reconocimientos históricos